No suelo ver la televisión pero, la nueva novela que están poniendo en todos los telediarios -según el canal cambia un poco el argumento, eso sí- me tiene enganchadísima. Se llama Pasión de estibadores y la descubrí como cualquier serie de Neox, viendo un capítulo, un día cualquiera. Desde ese momento, no me la he perdido. El problema es que no tengo del todo claro quiénes son los buenos y quiénes los malos y si, finalmente, el amor triunfará. Veremos.

El primer capítulo empieza como cualquier telenovela, música trágica que anuncia la tremenda desgracia en la que se ven envueltos los protagonistas y con la que tendrán que lidiar, durante unos cuantos cientos de capítulos, hasta el final. Los acontecimientos se remontan al 11 de diciembre de 2014, día en el que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), villano para unos y magnánimo para otros, condena a España por considerar que incumple la normativa comunitaria al no respetar la libertad de establecimiento y contratación de los estibadores.

Estos señores son estibadores y entre sus tareas están la carga y descarga de los buques. Además de esto, también se encargan de distribuir el peso convenientemente en los barcos, de manera que ocupe el mínimo espacio y el menor tiempo posible. 

 

 

 

Esta condena -con multa diaria de cerca de 28.000 euros, que se podría elevar a 134.000 euros si España no hace nada-, alarmó muchísimo a Íñigo de la Serna, ministro de Fomento y protagonista de esta novela, junto con los estibadores. Al Gobierno de España, al que pertenece de la Serna, no le quedó otra que cumplir con las exigencias de la Unión Europea, a través de un decreto ley que liberaliza el sector.

Los estibadores, alimentados por la ira, se oponen rotundamente a ese real decreto ley, que tiene por objeto dar cumplimiento a la resolución del TJUE. Pero, en vez de llamar al Gobierno «maldito mil veces», como en cualquier otra novela, ellos lo que hacen es amenazar constantemente con ir a huelga.

Resulta que Bruselas, sede de la Unión Europea, está muy cabreada con España por el sistema de acceso a la actividad de la estiba que tiene. Si una empresa quiere operar en un puerto público de nuestro país, está obligada a inscribirse en una Sociedad Anónima de Gestión de Estibadores Portuarios (SAGEP). Por tanto, deben entrar en su capital y, además, contratar solo a sus estibadores. SAGEP tiene el monopolio de la actividad, controla el sistema de acceso y esto hace que sea muy restringido. A mí SAGEP me recuerda a la madre mandona de Sarita, Norma y Jimena en Pasión de Gavilanes.

El real decreto ley, al que se oponen los estibadores, pretende acabar con la condición de pertenencia a la SAGEP y con el registro de estibadores. Como solución a la contratación, plantea tres vías:

  1. A través de contratación directa.
  2. Creando empresas temporales en los centros portuarios.
  3. A través de las empresas de trabajo temporal.

Siempre y cuando los empleados posean un grado medio o superior, un certificado profesional habilitante o acreditar más de 100 jornadas de trabajo en el servicio portuario de manipulación de mercancías.

El decreto ley, además, contempla un periodo transitorio de adaptación de 3 años en el que desaparecerá la obligación de pertenencia a la SAGEP. El primer año, las empresas tendrán que contratar al 75 % de la plantilla de la SAGEP o trabajadores que pertenecieron a esta. En el segundo año, el porcentaje será del 50 %, mientras que en el tercero será del 25 %. Al finalizar los 3 años, la SAGEP se tendrá que eliminar o bien, transformarse en un centro portuario de empleo o empresa de trabajo temporal.

Los estibadores, que trabajan en turnos de 6 horas y tienen un salario medio anual de unos 68.000 euros -retribución media elevada, debido a la casi inexistente competencia-, casi se caen de culos al leer esto y piden negociar. Las negociaciones son infructuosas y, pese a las amenazas de huelga, el 24 de febrero el Consejo de Ministros aprueba el decreto ley de reforma de la estiba. Los estibadores, aún más cabreados, convocan huelga para el 6 de marzo, que durará 3 semanas, con paros alternos de 3 días por semana.

Como en cualquier novela, existen bandos. Por un lado tenemos al Gobierno, representado por Íñigo de la Serna, que busca la liberalización del sector y romper con el monopolio de la SAGEP. Por otro lado tenemos a los estibadores, representados por sus sindicatos correspondientes, quienes critican:

  1. La reducción de los sueldos en un 60 %.
  2. La conversión de los actuales contratos indefinidos en precarios, ya que con esta reforma las empresas podrán sustituir a un 25, 50 y 75 % de las plantillas actuales durante los 3 años siguientes.
  3. Para ellos la reforma es un «ere encubierto pagado con fondos públicos, que creará un modelo en el que las empresas tendrán capacidad de libre contratación e indemnizarán el despido del personal actual con fondos públicos».

En el último capítulo de Pasión de estibadores, se han desconvocado los dos primeros días -lunes 6 y miércoles 8- de huelga, ya que ha aparecido un actor secundario llamado PSOE, que no apoyará este decreto ley el próximo 9 de marzo, día en el que se debatirá en el Congreso. Supuestamente, el Gobierno, sin apoyos, se verá obligado a abrir una mesa de negociación en la que se tendrá que llegar a un consenso sobre la reforma. Estoy ansiosa por ver si, finalmente, el 10 de marzo habrá huelga o no, la cosa se pone interesante por todo eso de que el conflicto afecta a la economía, los puertos se detienen y el comercio se ve perjudicado.